El aceite de palma se extrae del fruto de la palma Elaeis guineensis y contiene casi un 50% de ácidos grasos saturados (mayoritariamente ácido palmítico). Además de la cantidad, el tipo de grasa que compone los alimentos es muy importante. El aceite de oliva, por ejemplo, procedente de la aceituna, es rica en ácidos grasos monoinsaturados, que se han asociado con beneficios para la salud. Los ácidos grasos saturados, sin embargo, son perjudiciales para la salud, por lo que la OMS recomienda limitar su consumo a menos del 10% de las calorías totales de la dieta. Por ejemplo, una persona que consuma una dieta de 1800 kcal debería limitar el consumo de grasas saturadas a un máximo de 20 gr (180 kcal). El aceite de palma es una grasa ampliamente utilizada por la industria alimentaria, por lo que en la práctica, no es difícil sobrepasar esa recomendación. De hecho, un programa de televisión reciente reveló que una familia de cuatro miembros podía llegar a tomar 17,5 kilos al año de aceite de palma.
Se ha comprobado que un consumo excesivo de aceite palma aumenta el riesgo de ciertas enfermedades metabólicas debido a un incremento del colesterol “malo” (LDL). Además, durante su obtención, al calentar la grasa a temperaturas muy altas, se forman sustancias tóxicas que también son dañinas, igual que ocurre con otros aceites vegetales.
El aceite de palma se vende a corporaciones multinacionales como Unilever, Nestlé, Procter & Gamble y otras grandes marcas de la alimentación, cosmética y biocombustibles. En los últimos años ha surgido un movimiento liderado por organizaciones medioambientales que desaconsejan su uso porque la explotación de la palma Elaeis guineensis tiene graves consecuencias para el medio ambiente, ya que se ha convertido en una de las principales causas de deforestación de la selva tropical. Más de 200 organizaciones, redes y movimientos sociales de 41 países han denunciado, en una declaración internacional, la deforestación provocada por la producción industrial del aceite de palma en los países tropicales.
Y es que, si el aceite de palma es malo para nuestra salud, es todavía mucho peor para la salud de nuestro planeta. No solo la selva tropical está desapareciendo a gran velocidad; especies animales en peligro de extinción, como los orangutanes, desaparecen con ella. ¿Habías pensado alguna vez que el aceite de palma pudiera acarrear tanta destrucción?
La presentación más utilizada del aceite de palma (aceite refinado) no aporta sabor, es muy estable y no se enrancia ni oxida fácilmente. Por eso, al ser una grasa barata y muy versátil, suele encontrarse en productos industriales y procesados (galletas, salsas, bollos, congelados…), característicos de las dietas occidentalizadas de las que ya hablamos en la entrada sobre la asociación entre la dieta y el TDAH. Si queremos evitar el aceite de palma, tenemos que procurar no consumir productos procesados como los platos precocinados, salsas, sopas de sobre, dulces y bollería industrial. Ante la duda, podemos poner en práctica la buena costumbre de leer el etiquetado de los alimentos e identificarla bajo uno de sus múltiples nombres: aceite de palma, palmiste, manteca de palma, grasa vegetal fraccionada e hidrogenada de palmiste, sodium palmitate, estearina de palma (palm stearin), palmoleina u oleína de palma (palmolein) o incluso bajo el nombre científico de la planta que la origina: Elaeis guineensis.
En este punto es importante señalar que juzgar un alimento por uno solo de sus componentes promueve la aparición de la versión “sin”, que intenta hacerse pasar por saludable. En general, los alimentos que contienen aceite de palma tienen también otros ingredientes que, incluso sin el aceite de palma, los convierten en poco saludables: grasas hidrogenadas (trans), azúcares añadidos, harinas refinadas, mucha sal, edulcorantes y aditivos. Más allá de sus nutrientes, es importante valorar un alimento de forma global, teniendo también en cuenta los efectos y las sensaciones que producen al comerlos. Los alimentos procesados, con o sin aceite de palma, son energéticamente muy densos. Es decir, ofrecen mucho sabor (hiperpalatables) y proporcionan muchas calorías, pero son poco saciantes.
Mi recomendación, no es tanto la de evitar ciertos nutrientes, como la de priorizar la comida de verdad, la que no necesita etiquetas, como base de nuestra alimentación: frutas, verduras, cereales integrales, legumbres, frutos secos, lácteos naturales, carnes y pescados no procesados, huevos y, como no, el aceite de oliva virgen extra como principal fuente de grasa.
Por último, quiero hacer una aclaración: los ácidos grasos saturados no son perjudiciales per se. Aunque en menor proporción que los monoinsaturados y poliinsaturados, también son necesarios en la dieta del ser humano. El ácido palmítico es un componente importante de la leche materna, ya que representa alrededor del 25% de las grasas que la componen. La clave está en que la estructura del ácido palmítico varía en función de su procedencia: el ácido palmítico contenido en la leche materna es mayoritariamente beta-palmitato, mientras que el de los aceites vegetales es alfa-palmitato. Esta estructura determina su efecto sobre el organismo. La estructura alfa presente en los aceites vegetales impide una absorción adecuada de otros nutrientes como la grasa y el calcio, que explica que las heces de los lactantes alimentados con fórmula sean más consistentes. La mejora de algunas de las leches infantiles artificiales ha provenido de añadir beta-palmitato a su formulación, buscando asemejarse más a la leche humana y aumentar la biodisponibilidad de la grasa y el calcio. En cualquier caso, es importante recordar que, a día de hoy, las leches infantiles de fórmula no pueden equipararse con la leche materna que es, sin lugar a dudas, el mejor alimento para el bebé.

