

Compartir mesa para comer ha sido siempre un vehículo de interacción familiar. El mero hecho de estar juntos en las comidas refuerza la identidad familiar. Las comidas en familia constituyen una ocasión importante para establecer unas estrechas relacionas paterno-filiales.
La familia ejerce una gran influencia en la dieta de los niños y de los adolescentes, y en sus conductas relacionadas con la alimentación. Un reciente estudio publicado con datos de SENDO, concluyó que las actitudes dietéticas de los padres, a diferencia de los conocimientos, ejercían un efecto significativo sobre la calidad de la dieta de sus hijos. La influencia familiar puede tener un impacto relevante sobre la ganancia de peso y, por tanto, sobre el riesgo del exceso de peso. Comer en familia se asocia a menor riesgo de ganar peso en exceso. En los últimos años numerosos estudios han demostrado que realizar un mayor número de comidas en familia se asocia a una mejor calidad de la dieta en los adolescentes y en los adultos jóvenes.
Los jóvenes que comen más veces con el resto de la familia consumen más fibra, calcio, folatos, hierro y vitaminas, y tienen un menor consumo de grasas, en especial grasas saturadas y grasas trans, beben menos refrescos y también ingieren alimentos con menor carga glicémica. Además, si se les pregunta a los jóvenes o a sus padres, tienen una visión positiva de las comidas familiares y consideran que son importantes, pero en la realidad hay muchas familias que realizan pocas comidas juntos. Y las cifras han empeorado en los últimos 25 años.
Un estudio reciente publicado en JAMA Network Open (Walton K. et al. 2018) demuestra que los beneficios de las comidas en familia sobre la calidad de la alimentación de los jóvenes es independiente de las características de las familias (número de miembros, funcionamiento, etc.)
La forma de promover hábitos de salud entre los adolescentes es uno de los grandes retos de salud pública. Numerosos datos científicos avalan que facilitar comer todos juntos es un objetivo adecuado y factible para mejorar la alimentación de nuestros jóvenes. Se traduce en menor número de comidas fuera, o de empleo de comidas ya preparadas (fast food), así como mayor consumo de frutas y verduras. La clave es conseguir mantener esa costumbre en la transición a la adolescencia y la juventud. Ponerse una meta concreta –p.ej. compartir la mesa al menos cinco veces a la semana- puede ayudar a hacer realidad esta herramienta de eficacia contrastada. Cada uno debería preguntarse cuánto se acerca a este objetivo.